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En la reserva africana de Sigean

Actualizado: 22 ene 2019


No hace falta ir a Africa para ver fauna salvaje. A 2 horas y poco de casa está la reserva de Sigean, con leones, jirafas, flamencos... cerca de Narbona y de las playas y dunas del Parque Natural de la Narbonesa!

Escuchad a Sofia y a su papá Pep hablando de esta experiencia en el programa de radio infantil ICATKIDS en Icat FM-Catalunya Ràdio. Sábados y domingos de 10 a 11h sección EN MARXA, PAPES

Salimos un domingo por la mañana. Yo me puse cómoda en el asiento trasero del coche. Me pensaba que el viaje sería muy largo porque íbamos a Francia, y como cambiábamos de país, imaginé que estaba muy lejos. Sin embargo, el trayecto duró más o menos como cuando vamos a ver a la familia en el Delta del Ebro, dos horas y cuarto.

Me acompañaban mamá, papá y mi pájaro preferido: un flamenco de peluche. Como íbamos a ver flamencos! De camino, cantamos canciones de animales como "M'he comprat un elefant", de El Petit de Ca l'Eril. Es muy divertida!

La primera parada fue en una ciudad que se llama Narbona. Paseamos durante un par de horas. Había un trenecito de esos tan chulos que te llevan a dar una vuelta sin tener que caminar.

Aunque a mi me apeteció más entrar en una heladería, tenía mucha sed. En Francia hay cucuruchos de otros gustos. Papá probó el de arándanos y yo el de cereza negra. Era delicioso!

Narbona es una ciudad fácil de pasear. El centro es peatonal y si no quieres caminar puedes verla en trenecito o en barca por canales. Se programan muchas actividades para niños

Caminamos bajo arcos, junto a torres y muros por donde habían vivido antiguamente muchos caballeros. Había una catedral gigante, creo que jamás había visto una iglesia tan alta y tan imponente. Parecía un castillo!

Muchas calles del centro eran peatonales. Y en algunas había canales de agua, anchos como ríos. Papá dijo que era agua de un río de verdad que se llama Aude y que lleva agua a las casas.

Se podía navegar en barca, algunos turistas se paseaban. Yo me quería bañar pero mis padres no me dejaron. No les gustó el color marrón del agua. Y encima, vieron a una señora saliendo de un balcón que lanzaba basura al canal. Ecs, qué asco!

Nos detuvimos en una oficina de turismo. Queríamos saber si estaba programada alguna actividad especial. Al parecer en Narbona siempre se organizan muchas cosas! A mamá y a mi nos encantó la idea de ir al Palais des Sports, des Arts et du Travail porque hacían una exposición inmensa de fósiles, minerales y gemas. La verdad es que valió la pena!

Había piedaras de mil colores y formas, fósiles de animales prehistóricos... me dejaron tocar una boca de tiburón con todos los dientes! También me apunté a un taller donde los niños podíamos aprender a extraer fósiles de las rocas.

Me llevé de regalo dos dientes de no recuerdo qué bestia. Estaba muy contenta y les dije gracias en francés: "merci beaucoup!" Y me moló tanto que me entendiesen!


Después del paseo por Narbona, fuimos a descansar y a dejar la maleta en el alojamiento. Era un lugar super-original: una caravana gitana antigua, de madera! Estaba en el jardín de una casa, y tenía una mesita con sillas para tomar el aire. Una señora muy simpática nos atendió y nos trajo agua y bebidas refrescantes. Yo ayudé a mis papás a organizar la ropa y a poner la comida en la nevera. Había cocina, un par de camas y una mesa para hacer mis cosas!

Le pedía a papá si me podía poner música en francés, que quería aprender más palabras. Y me hizo escuchar una canción de su grupo francés favorito: Les Rita Mitsouko. Se llamaba Martia Baila y nos gustó tanto que nos pusimos los tres a cantar y a bailar.

La ciudad está rodeada por el Parque Natural de la Narbonesa. Está lleno de estanques y playas protegidas con dunas. De Narbona hasta al mar sólo dista un cuarto de hora

Animados como estábamos, mamá propuso pasar la tarde en la playa. La teníamos a poco más de un cuarto de hora en coche. El trayecto fue muy bonito, pasamos frente a unos estanques preciosos con pájaros. Todo era naturaleza, no había casas porque estábamos en el Parque Natural de la Narbonesa, y allá no se puede construir. La playa donde llegamos era inmensa , con muchísima arena. No sé si jamás había visto una playa tan ancha y tan larga!

Aparcamos cerca de un estanque donde unos chicos practicaban kite-surf. Para llegar hasta el mar, caminamos por las dunas. Era flipante, no había visto nunca tantas montañas de arena. Empecé a subir y a bajar una y otra vez. Me daban ganas de reir, de bailar, de jugar con el sol y mi sombra! Estaba lleno de tesoros: conchas gigantes, caracolas de mar, esqueletos de cangrejo... y fósiles de moluscos!

El mar estaba más frío que en las playas del Delta del Ebro. Había corriente y saltar las olas era divertido. Nos bañamos sólo un ratito y volvimos a jugar en las dunas. Hacía viento y la arena formaba nubes y notaba cómo me picaba sobre el cuerpo. Me gustó tanto que de vuelta al coche quise hacer un vídeo en el móvil para explicarlo todo.

Sin embargo, no se me ocurrió que con el ruido del viento no se entendería nada. Fue una lástima, porque mientras hacía ese video descubrí que sobre la tierra que pisaba había sal de mar, como la que comemos. Entonces supe que cuando el agua de mar se evapora por el calor, queda la sal. La probé lamiendo un dedo y era muy salada!

Con tantas emociones, estaba cansada. Tenía muchas ganas de llegar a la caravana y estar tranquila. Tenía set y hambre.

Después de cenar, nos sentamos en la cama para jugar y cantar. Mamá ganó una partida al juego de cartas de familias, y yo otra. Papá no quiso continuar con la tercera para no volver a perder!

Entonces nos recordó que al día siguiente nos teníamos que levantar muy temprano para ir a ver a los animales de Sigean.

Y antes de dormir, cantamos los tres "Wimoweh-The Lion Sleep Tonight". Es una canción africana que habla de un león que duerme. Cuando cerré los ojos pensaba: ¿estaría durmiendo el león de Sigean?

Nos despertamos a las 7. El parque abría a las 8 y teníamos 20 minutos de viaje. Aunque era pronto, la señora de la Roulotte nos trajo unos croissants y unos panes de chocolate recién hechos, aún calentitos, que nos zampamos por el camino. Estaban riquísimos.

La mejor hora para ir a la reserva de Sigean es justo cuando abren o al final de la tarde. Los animales salvajes están más activos, hay poca gente y poco ruido. Es más fácil disfrutarlos

Papá insistía que teníamos que llegar pronto. Él ha ido a ver animales a África de verdad, y dice que la mejor hora para verlos es cuando sale el sol y cuando se pone, que es cuando se mueven más, comen y hacen sus cosas. Durante el día, cuando el sol cae, acostumbran a dormir o a estirarse, y son más difíciles de ver.

A los animales no les gusta mucho el ruido ni la gente, cuando ven muchos seres humanos se esconden. Por eso papá eligió un lunes para ir, porque habría menos gente que en fin de semana. Cuando llegamos, sólo había ocho vehículos antes que el nuestro.

La verdad es que fuimos muy tranquilos! Y cuando vi a los primeros animales, me emocioné tanto!

La primera parte del parque se tenía que recorrer dentro del coche. No podíamos pasar de diez por hora para no asustar a los animales. Los coches iban a mucha distancia el uno del otro, a menudo ni los veíamos. Y eso nos provocaba una sensación más de safari. Pronto aparecieron impalas, antílopes, cebras, búfalos, rinocerontes, jirafas... estaban a nuestro lado comiendo, corriendo...

Tuvimos que parar el coche porque una avestruz atravesaba la pista frente a nosotros con toda la calma! Fue super-chulo!

Le dije a mis papás que los animales salvajes no eran tan feroces como cuando salen en la tele. Hasta que entramos en el área de los osos y los leones. Entonces un guardián nos dio un papel con muchas normas para que no nos pasara nada malo. No abrí la ventana ni por casualidad!

Me puse un poco nerviosa, pero cuando los vi me tranquilicé: los leones estaban sentados, y los osos estaban jugando frente a nosotros!

Después de casi una hora dentro del coche, llegamos a un párking donde había una tienda de recuerdos y una zona de picnic completamente vacías. Desde allá empezaba el itinerario a pie. Pasamos dos horas más viendo muchos otros animales. Algunos, como los chimpancés, saltaban por un bosque. Otros estaban cerrados en zonas bastante pequeñas, como en un zoo, y eso a los papás no les gustó mucho. A mi tampoco, no los veía muy contentos...

Durante la visita encontramos a monitores que enseñaban a la gente y a los niños cómo vivían los animales.

Yo me detuve a aprender de las serpientes, que molan! A los niños nos dejaban tocar una, y a mi no me dio miedo. Cuando le toqué la piel, me dio una sensación más extraña!

De todos los animales, los más libres eran los pájaros. Los que emigran desde África se detienen en esos estanques y marismas. Vi a pelícanos pescando en el agua, y sobre todo flamencos de color rosa.

Nunca había visto tantos ni tan de cerca! Yo, que llevaba conmigo mi peluche de flamenco, me entusiasmé!

No quería irme nunca, fue lo que más me gustó de Sigean!

La ruta terminó en el mismo lugar donde la empezamos. Sin embargo, la tienda de recuerdos y la zona de picnic ya estában llenos de gente. En el párking había como mínimo quinientos coches, y des de un montículo podíamos ver las colas que hacían los vehículos para recorrer la primera parte del parque. Estaban todos parados y caía una de calor... Le dije a mi papá que acertamos al venir tan temprano!

Y aún me quedaba la última sorpresa. Cerca de donde comíamos, había un corralito con animales de granja donde los niños podíamos entrar. Me senté junto a una cabrita y la pude tocar. Era suave y tan simpática, que nos hicimos muy amigas!

Mis papás alucinaron: al final, después de toda la experiencia africana en la reserva, me hizo más feliz una cabrita en brazos que cualquier animal salvaje a distancia.


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